domingo, 16 de noviembre de 2014

CASO EL PLACER


El Placer es una zona rural ubicada en el Bajo Putumayo de la República de Colombia; reconocido por sus bellos paisajes, diversidad de fauna y flora; es un lugar propicio para el cultivo de coca ya que ocupa el 87% de la zona Andina como productor ilegal (Centro Nacional de Memoria Histórica, 2012).
Con la llegada de narcotraficantes como Gonzalo Rodríguez Gacha y el cartel de Cali, inicia el auge de obtención e instalación de laboratorios estableciendo así su dominio de la zona. Estos grupos llegaron a producir 2.000 kilos de droga semanales que se financiaban a lo largo de todo el país y asimismo, autores de las masacres y genocidios de más de 300 personas, desplazamientos forzados y asesinatos selectivos a líderes y miembros de movimientos sociales y políticos. Para el año 1986 ante la muerte del ministro de justicia Rodrigo Lara Bonilla, el estado colombiano declara oficialmente la guerra contra al narcotráfico, que hasta el día de hoy, se mantiene en pie.

¿Por qué la guerra?, ¿por qué las masacres?, ¿por qué se ve implicada la Fuerza Pública en esos genocidios injustificados? El presente blog presentará enlaces, vídeos, noticias e imágenes basados en el informe del Centro Nacional de Memoria Histórica títulado "El Placer: Mujeres, Coca y Guerra en el Bajo Putumayo", que tal vez (o no) responda a algunas de estas preguntas de un hecho que ha sido olvidado durante 12 años y, que hasta hoy se desconoce debido a la poca información que se tiene sobre este lamentable suceso.


Reconstruyendo la historia del caso...
Los inicios de cultivos de coca en Colombia se atribuyen a la época de 1978 en Puerto Asís, cuando narcotraficantes colombianos deciden cultivar su propia coca. En 1986, se declara por parte del estado colombiano la guerra oficial contra el narcotráfico.



La llegada de los jefes del cartel de Medellín bajo el mando de Gonzalo Rodríguez Gacha (fotografía de la izquierda) y el cartel de Caquetá con Leonidas Vargas (fotografía de la derecha), es la pauta definitiva para el traslado del negocio -laboratorios- de la coca en el Bajo Putumayo debido a la persecución de la Policía Antinarcóticos en el Magdalena Medio.
El traslado inicia con una alianza crucial con el Bloque Sur de las F.A.R.C. En este mismo período de tiempo, la jurisdicción de la zona estaba bajo la dirección del Cartel de Cali. Gacha y sus hombres toman en su poder los laboratorios de La Azulita, declarando su dominio y llegando a producir aproximadamente 2.000 kilos de droga semanales según el informe del Centro Nacional de Memoria Histórica.


En 1988, dos hombres de las FARC mueren en la pista de aterrizaje del Bajo Putumayo bajo las ordenes de Gacha. Es entonces cuando se declara la ruptura de la alianza entre el Frente 48 de las FARC y Rodríguez Gacha para formarse una nueva unión entre paramilitares y el ejército colombiano con argumentos como "el gobierno no es lo suficientemente activo". Esta nueva alianza sería fulminante para la configuración estructural del conflicto armado en Putumayo, tal como se determino ante los asesinatos los asesinatos selectivos de líderes y miembros de la Unión Patriótica, Frente Popular, la Organización Zonal Indígena del Putumayo y el Movimiento Cívico del Putumayo (Centro Nacional de Memoria Histórica, 2012).


En 1991, Masetos (grupos paramilitares que actuaron en ese momento en el Bajo Putumayo) y la Fuerza Pública atemorizaban a la población en controles estrictos para determinar la complicidad o no, con grupos de las FARC. Ambos grupos se trasladaban en los mismos vehículos haciendo evidente su complicidad por intereses del narcotráfico como por una lucha antisubversiva.


Para el año 1999, las AUC inician su incursión en una oleada de masacre y terror para ampliar su control territorial y apropiarse del negocio del narcotráfico, eliminando todo rastro de algún miembro de las FARC. Las masacres en el Bajo Putumayo, fueron el asentamiento en los cascos urbanos de la zona creando confinamiento para el control de los movimientos de la guerrilla. La masacre de El Tigre marcó el inicio de la ruta del terror. Durante la noche del 9 de enero de 1999, los paramilitares incursionaron en la inspección de El Tigre (Centro Nacional de Memoria Histórica, 2012).

PARA MÁS INFORMACIÓN:




El 21 de septiembre de 2000 se llevó a cabo una segunda incursión en La Dorada. Esta masacre marcó el inicio del asentamiento paramilitar en ese municipio. los paramilitares ya habían consolidado el corredor entre el Puente Internacional, La Dorada, La Hormiga y El Placer, y procedieron a tomarse el casco urbano de Puerto Caicedo.


La primera escuela de entrenamiento paramilitar, se montó en Puerto Asís en la finca Villa Sandra antes del año 2000. En el 2001 se construyó una nueva en El Placer. Al mismo tiempo, una en el Tigre, que funcionó hasta el 2002, y otra en Puerto Caicedo, en la vereda de la Pedregosa, la cual estuvo activa hasta el 2005.
FUENTE: http://www.centrodememoriahistorica.gov.co/…/…/el-placer.pdf



Evaluando el impacto de lo sucedido...
¿Qué sucedía en la comunidad o en la región en el momento que sucedieron los hechos?

La vida de hombres y mujeres de El Placer ha transcurrido en medio de sucesivos dominios armados y de la disputa territorial entre actores. En diferentes periodos históricos, el negocio de la coca y la ubicación geográfica de la inspección atrajo a narcotraficantes, guerrillas y paramilitares al pueblo. Durante las últimas dos décadas, de manera sucesiva las FARC y el Bloque Sur Putumayo de las AUC se han asentado en El Placer, asumiendo el rol de autoridad y constituyendo órdenes sociales particulares. El tránsito de uno a otro dominio no ha estado exento de violencia. Especialmente, la irrupción de los paramilitares en 1999 acrecentó la confrontación armada, puesto que la guerrilla no se fue de la zona y siempre estuvo al acecho.
En su momento, cada uno de los actores estableció “leyes”, reguló la vida cotidiana de la población, intervino, moldeó, controló y sancionó a su albedrío diversas esferas de la vida social. Los repertorios de violencia de guerrilla y paramilitares no fueron los mismos, tampoco las afectaciones generadas a hombres y mujeres. Los dominios y la disputa armada en El Placer tuvieron impactos diferenciados según género.
Las FARC establecen así técnicas de gobierno, por cuanto regulan y disciplinan a los sujetos con el #n de controlar a la población asentada en el territorio dentro del que actúan. También regulan la vida cotidiana al establecer normas de comportamiento, horarios y, así mismo, castigos a quien no las acate.
La población de El Placer insistió en que cuando la guerrilla hacía ejecuciones no desaparecía los cadáveres, lo cual ha permitido a los familiares darles sepultura y hasta cierto punto saber por qué se cometió el asesinato, disminuyendo la incertidumbre de los conocidos o familiares. Sin embargo, no puede perderse de vista que el grupo alecciona a la población sobre las conductas punibles. Por otra parte, la afirmación de que “eran legales” implica que para los habitantes de esta zona las FARC no toman decisiones precipitadas y/o arbitrarias. Esto significa que la claridad en las normas del juego (la convivencia) crea un marco de legitimidad para el castigo. El orden social que instauran las FARC parece traer beneficios a la comunidad y, en cierta forma, los principios punitivos mediante los que se ejerce su autoridad no son vistos como arbitrarios. En este mismo sentido, otra mujer se refiere a la manera como la guerrilla procede antes de decidir asesinar a alguien, en comparación con los paramilitares: “La guerrilla como que investiga un poquito más, daban más tiempo, daban más tiempo para preguntar quién es, dónde trabaja, de qué familia es. Mientras que los paramilitares no, eso es llegar y, ¡bumm!, venga para acá, eran más violentos”. (CNMH, 2012)
Este modus operandi aparece también documentado en el informe de la Comisión Andina de Juristas de 1990, de manera que se puede afirmar que esta forma de proceder para impartir el castigo identifica a la guerrilla y es reconocida por los habitantes de El Placer. Sin embargo, mediante estas prácticas de “justicia”, las FARC están llevando a cabo ejecuciones extrajudiciales y cometiendo violaciones al DIH cuando condenan a muerte. (CNMH, 2012)
En la medida en que las FARC aumentan su presencia en la región, protegen a la población de los abusos de que son objeto y dirimen los conflictos dentro de la comunidad de manera expedita, la población acepta cada vez más a la guerrilla no solo como autoridad, sino como “administradora de justicia”. Se trata de una justicia in situ y más “rápida” que la de la burocracia estatal, que en contraposición es lenta y exige trasladarse a La Hormiga para acceder a ella.
La guerrilla se convirtió en un tipo de juez que no solo tenía la posibilidad de decidir cómo solucionar los conflictos cotidianos de los pobladores, sino también a quién juzgar y a quién apoyar sin tener en cuenta la opinión de las partes, por lo cual, aunque “la guerrilla actuaba con más rapidez, su decisión no era justa necesariamente.
Las FARC buscan regular el ámbito privado y familiar, incidiendo así en los términos con que se definen las relaciones de pareja y, por consiguiente, reafirmando y/o cuestionando los arreglos de género que predominan en la región, como lo demuestran, por una parte, las normas de convivencia marital que establecen y, por otra, el hecho de que se acuda a las FARC para sancionar la violencia de los hombres hacia las mujeres o para dirimir conflictos de pareja. Comenta una mujer que “la guerrilla prohíbe que el esposo le pegue a la esposa”. Las FARC sancionaban este tipo de conductas por medio del escarnio y la humillación pública de los hombres.
Las prácticas, usos, rutinas y ritmos de vida de una comunidad configuran y otorgan sentido a los espacios. En contextos de guerra como el de El Placer, donde diferentes grupos armados se han asentado por largos periodos en la zona, la violencia se tornó una dimensión de la vida y dejó huellas tangibles y simbólicas en el territorio. Desde 1999, tras la llegada del Bloque Sur Putumayo de las AUC, el casco urbano de la inspección se convirtió en base paramilitar y las veredas circundantes en campos de batalla. El terror, la violencia cotidiana y los cruentos enfrentamientos entre guerrilla y paramilitares dejaron marcas en casas, campos, ríos, calles y veredas. (CNMH, 2012).

Fuente: http://www.centrodememoriahistorica.gov.co/descargas/informes2012/el_placer.pdf





¿Qué y a quién cambió lo que pasó? ¿Qué pérdidas personales, familiares y comunitarias ocasionó?
La masacre del 7 de noviembre de 1999 fue el primer escenario de terror creado por el Bloque Sur Putumayo en la inspección de El Placer. Los cuerpos de los once civiles asesinados fueron dejados a la intemperie frente a la mirada de hombres, mujeres y niños. La finalidad del asesinato y la exposición pública de los cuerpos no fue atacar combatientes guerrilleros. Esa escena buscó difundir terror entre la población y el enemigo; a través de los cuerpos sin vida, los paramilitares emitieron un mensaje de presencia, superioridad y capacidad de daño. Al respecto, en versión libre del 15 de marzo de 2010, alias ‘Tomate’, quien participó en la incursión a El Placer, narró que la orden fue exponer los cuerpos de las víctimas para marcar el territorio: 
Las órdenes exactas en el año 1999, cuando yo ingreso en septiembre, cuando ya ingresamos a El Placer, pues él [Rafa Putumayo] siempre decía que ya lo que era incursiones, incursiones, como la que se hizo a El Placer sí era dejarlos ahí [los cuerpos] para sembrar el terror contra el enemigo. En El Placer nosotros hacemos sentir la organización, como se dice. Entonces era en las incursiones, cuando se abría zona, era dejarlos tirados, no desaparecer, eso sí lo dijo él: “Todos déjenlos tirados para que la guerrilla las crea”, la de El Placer fue así. 

Durante los siete años de dominio paramilitar en El Placer y sus veredas más cercanas, el cuerpo de la mujer se convirtió en un objeto de deseo y control por parte de los paramilitares. Los paramilitares promovieron la prostitución y simultáneamente impusieron una frontera entre las mujeres decentes e indecentes. La mujer decente debía cumplir con todos los atributos de buena hija, esposa, madre y buen ejemplo para la comunidad. Por el contrario, la mujer indecente era destituida de estos atributos, llamándola “prostituta”, “paraquera”, “recorrida”, entre otras. Para ello se desplegó un sistema punitivo en que las mujeres indecentes eran castigadas en público y de una manera particular. Por otra parte, las decentes ocupaban una posición ambivalente sobre cómo actuar, de quién poder enamorarse y qué decisiones tomar para no ser “despreciadas”. La vida cotidiana de las mujeres se movió entre esta frágil frontera impuesta por los paramilitares. 

Algunos pobladores recuerdan que en múltiples ocasiones los paramilitares instalaron en la Y, en el centro del pueblo, televisores con amplificación de sonido, donde exhibieron películas porno. Cada tres o cuatro días, usualmente al caer la noche, los armados hacían proyecciones que fácilmente podían ser observadas por los transeúntes. 




 
Pero la humillación más grande que soportaron las mujeres de este pueblo colombiano, fue ver convertidos sus cuerpos en objeto de control y deseo, al punto de que fueron clasificadas por los "paras" como "decentes" o "indecentes". Es ese suplicio que sufrieron las mujeres de El Placer en el que se centra el informe de Memoria Histórica, una investigación de la que también hace parte el documental Mujeres tras la huellas de la memoria (Parte II), del que Rosa y Matilde son protagonistas sin rostro. “Me querían llevar donde El indio, quien me metió en un cuarto de otra casa y me violó con un arma al lado de la cama. Luego volví a la casa y no le conté nada a nadie, ni a mi marido. Pasados unos días, El indio me dijo que si no me iba con él, mataba a mi familia […]. Mi familia me despidió diciéndome que era una perra, que me había enamorado del paramilitar. Nunca les conté la verdad”.
La mujer estuvo secuestrada durante un año junto a cuatro más, a las que violaban permanentemente. Según su relato, llegaban borrachos, drogados y las apuntaban con armas cortas y largas. Ninguna podía salir y pasaban sus días lavando uniformes, limpiando la casa y cocinando. Pero la esclavitud sexual fue solo la punta del iceberg. Los paramilitares regularon el negocio de la prostitución y pusieron en funcionamiento doce burdeles. Trabajar como prostituta resultaba rentable pero las mujeres con enfermedades de transmisión sexual fueron sometidas al escarnio público. Y no solo ellas. “Las de los bares tenían que hacerse su control (médico) pero también obligaban a las colegialas. Ellos (los paras) decían que eran ‘prostitutas calladas’, cuenta Rosa. Estos controles muchas veces fueron públicos y si alguna se contagiada del VIH, era asesinada y arrojada al río Guamuez. Los atropellos continuaron hasta 2006 cuando se desmovilizó el Bloque Sur Putumayo. Aun así, muchas de las mujeres que fueron víctimas en El Placer continuaron en silencio. Solo hasta ahora, Rosa, Matilde y decenas de habitantes más, quisieron hablar de su dolor como un homenaje a la resistencia de todo un pueblo que se vio obligado a cargar con el estigma de ser ‘cocalero’, ‘guerrillero’ y luego ‘paramilitar’. 

Hoy El Placer es un lugar silencioso. En El Edificio los policías hacen guardia y nadie niega que se respira otro aire. Pero la guerrilla quiere regresar y los ataca. El 5 de enero de 2012, durante 40 minutos, les dispararon con fusiles e hirieron a dos uniformados. “No estamos todavía a salvo”, repiten las mujeres al salir del teatro en Bogotá. Se sabe que durante la expansión paramilitar en Colombia, la violencia contra las mujeres se convirtió en una de las formas más utilizadas para dominar a las comunidades. Sin embargo, los paras solo han confesado 89 delitos de violencia sexual en todo el país. (El País, 2012)


Fuente: http://www.wradio.com.co/noticias/actualidad/el-placer-el-pueblo-colombiano-que-vivio-siete-anos-sometido-al-terror/20121012/nota/1777803.aspx





¿Qué daños económicos, culturales, emocionales y espirituales significativos generó?


Las secuelas y consecuencias de la violación sexual a las mujeres también se manifestaron en los hombres, pues fueron humillados. Esta humillación es resultado, como se dijo anteriormente, de la imposibilidad de cumplir uno de los deberes que la sociedad imparte a los hombres: ser guardián de la vida sexual de su esposa y de sus hijas. Y aunque la sexualidad no es un tema del que se hable en el seno de las familias de El Placer, las niñas entienden a temprana edad que es un valor social importante para la familia. De esta manera, cuando la virginidad o la sexualidad son tomadas sin permiso del padre, es este quien se siente humillado, pues no pudo cumplir a cabalidad el deber de hombre. Este sentimiento se potencia mucho más cuando la pérdida del control de la sexualidad se debe a una violación por parte de un actor armado. Acá la impotencia o el impedimento representan la humillación, que quedó como una huella estática en la memoria, y que no se puede tocar porque duele.

Constituirse como ley, como autoridad y Gobierno de un pueblo implica, entre otras cosas, un ejercicio de control de la economía. En El Placer, en medio de un contexto de narcotráfico, los diferentes actores armados incluyeron la regulación del comercio y el cobro de impuestos dentro de sus repertorios de gobierno. El recaudo de gravámenes caracterizó la relación entre las FARC y la población civil. Los narcotraficantes y comisionistas fueron los primeros en ser vacunados por la guerrilla, obligación que posteriormente se extendió a toda la comunidad. Al igual que las FARC, el Bloque Sur Putumayo de las AUC realizó censos de comerciantes, estableció capacidades de pago y cobró impuestos a la población.

Combates cotidianos: los habitantes de la zona se acostumbraron a vivir entre enfrentamientos. Recuerdan que sus animales también fueron víctimas de la guerra. Cuando algún grupo armado ilegal hacía inteligencia o se camuflaba antes del inicio de un enfrentamiento, los perros ladraban alertando la presencia de desconocidos. Por esta razón los mataban. Los enfrentamientos ocurrían casi a diario.

Combates de exterminio: en la vereda San Isidro en 2003 y en la vereda La Esmeralda en 2005. Estos dos hechos resaltan los combates que tenían como objetivo exterminar al enemigo en la lucha por el control o la recuperación del territorio. En este exterminio involucraron a la población dejándola en medio de los enfrentamientos y usándola como escudo humano.
Si el caso de La Esmeralda se convirtió en uno de desplazamiento forzado masivo, no se pueden olvidar las familias o personas de El Placer y sus veredas que se desplazaron de manera individual por distintas razones: amenazas, violación sexual, miedo a seguir viviendo entre actores armados, falta de oportunidades laborales; muchos jóvenes se desplazaron por decisión de los padres, por seguridad. Todos estos, junto con los desplazamientos colectivos, carecieron de una clara ruta de atención por parte del Estado y sus instituciones. Hoy, muchos de los desplazados no están dentro del Registro Único de Desplazados. 
Fuente: http://www.centrodememoriahistorica.gov.co/descargas/informes2012/el_placer.pdf





¿Cómo se afrontó lo que pasó? ¿De qué maneras se resistió?

A diferencia de otros pueblos y municipios del Putumayo, donde la población y, en especial, las mujeres se organizaron y se manifestaron públicamente contra el conflicto armado y la implementación del Plan Colombia, la población de El Placer no pudo desafiar abiertamente el poder paramilitar ni la disputa armada. Mientras que en Puerto Caicedo, Puerto Asís, Villa Garzón, La Dorada y La Hormiga las comunidades se congregaban articulándose con agendas y organizaciones nacionales para incidir en la esfera pública en contra de la guerra y las fumigaciones, en la Inspección de El Placer hombres y mujeres inventaban mecanismos cotidianos para sobrevivir, esquivar o hacer frente al dominio paramilitar y a la incesante confrontación armada que los rodeaba. El aislamiento, el terror, la coerción, así como la estigmatización del pueblo como base paramilitar y “zona roja”, dejaron a la población sitiada, enfrentando día a día y en solitario los efectos de la guerra.
Una lectura somera de esa realidad puede interpretar la inexistencia de una resistencia pública, colectiva y organizada como sinónimo de sometimiento y aceptación del dominio paramilitar. Sin embargo, un contexto de coerción y violencia prolongada como la de El Placer no tolera lecturas ligeras; por el contrario, llama a una exploración cuidadosa de las resistencias cotidianas mediante las cuales la población sobrevivió, evitó, neutralizó o interpeló el control de los armados. En efecto, durante los siete años de dominio paramilitar, la población no marchó por las calles, no elaboró murales, no se tomó colectivamente espacios públicos, no inquirió políticamente a los armados y tampoco ondeó pancartas ni carteles contra la guerra. Esto porque la coerción no permitió abrir ventanas de oportunidad ni tejer redes locales y nacionales que posibilitaran, sustentaran y acompañaran el salto a la esfera pública. En ese contexto, haber desafiado abiertamente a los paramilitares habría significado la tortura, el asesinato y desaparición de aún más habitantes. Sin embargo, a pesar del terror, las amenazas y los múltiples temores que generaba la presencia de cientos de combatientes en el casco urbano, la población de El Placer le apostó a resistir silenciosamente al dominio paramilitar. Con la convicción de proteger la vida y defender su vínculo con el territorio, hombres y mujeres cambiaron sus rutinas cotidianas, transformaron sus cuerpos y “aprendieron a vivir” para evitar la muerte. También hubo quienes, como las maestras, inventaron acciones tácitas para “quitarle espacio a la guerra”, para hacer contrapeso al orden simbólico, cultural y social instaurado por los paramilitares y mitigar los efectos de la violencia. Incluso algunas personas, principalmente mujeres, interpelaron frontalmente a los armados, mediaron y negociaron con ellos para salvar la vida de sus hijos, familiares, vecinos o conocidos. Así mismo, en medio de la guerra, la población desarrolló iniciativas de memoria para dejar registro y prevenir el olvido de lo ocurrido en El Placer.

MECANISMOS DE SUPERVIVENCIA
  • En un ambiente de profundos antagonismos como el que se vivía en El Placer, donde por habitar un lugar determinado se podía señalar a alguien de pertenecer al bando contrario, la neutralidad se tornó un mecanismo esencial para salvaguardar la vida.
  • Los habitantes de El Placer sabían que transitar solos, movilizarse entre veredas o ingresar al pueblo sin compañía alguna podía implicar ser tildado de ‘sospechoso’, ‘colaborador’ o ‘guerrillero’. Para hacer frente a esa situación, y bajo el supuesto de que la guerra es ‘cosa de hombres’—razón por la cual los armados se abstendrían de agredir a mujeres y niños—, las pobladoras dejaron las labores domésticas y, sin armas, se convirtieron en escoltas, en sombras de sus compañeros. Estar acompañado de una mujer y sus hijos podía salvar a los hombres del estigma y de la muerte; andar con la familia a cuestas blindaba a los pobladores de ser asociados con la guerrilla. Las mujeres de El Placer transformaron entonces sus hábitos, cuerpos, familias y rutinas cotidianas para protegerse a sí mismas, pero sobre todo para salvaguardar a sus hijas e hijos de la guerra.
  • Si bien hubo miles de personas que arribaron y se fueron de El Placer al ritmo de las bonanzas cocaleras, existen quienes se enamoraron de esas tierras y que, a pesar de la violencia, se resistieron abandonarlas; “los que somos de acá, acá estamos o volvemos”. Sumado a la defensa de la vida, el vínculo con el territorio fue el trasfondo de múltiples resistencias cotidianas. Hombres y mujeres “aguantaron” y se adaptaron a la guerra, los combates y el dominio paramilitar, motivados por no dejar desaparecer el pueblo y no permitir que otros se apropiaran del fruto de décadas de trabajo.
  • La educación en estos espacios de guerra y economías ilegales ha sido difícil y ha traído consigo muchos retos para los docentes. Una de las mayores dificultades de ser maestra era proteger a las niñas y jóvenes de convertirse en objeto de deseo de los paramilitares. Educar entre armas de palo construidas por los niños con la madera de los árboles no fue tarea fácil, y tampoco es ahora. Tanto en El Placer como en sus veredas la presencia de la guerrilla y de una nueva ola paramilitar sigue atemorizando a la población civil. La escuela sigue junto al Edificio, donde hoy se ubica el comando principal la Policía. Se teme constantemente que pueda tener lugar un nuevo enfrentamiento allí. Pero el mayor reto que hoy enfrentan las maestras y maestros de El Placer y sus veredas cercanas, es no quedarse sin niños para evitar cerrar las escuelas. En la vereda Mundo Nuevo quedaron con dos niños, la sede se cerró y los niños no siguieron estudiando. Muchas familias no encuentran oportunidades laborales y han decidido desplazarse a otros departamentos, razón por la cual continúa el temor a que siga disminuyendo la población de niños y niñas en la zona.



  • En El Placer, donde la guerrilla y los paramilitares se alternaron para ejercer autoridad y consolidarse como ley, pocas personas civiles lograron ganarse el respeto y la autoridad para intervenir en decisiones militares y cotidianas de los actores armados. María Noemí Narváez fue una de esas personas. Ella, en medio del complejo contexto de guerra en la zona, decidió ser la intermediaria de la comunidad con cada uno de los actores armados que estuviera de turno. Con temor a ser castigada por el grupo armado que llegara, abogaba desde el inicio por las personas de la comunidad que ella conocía. Se caracterizaba por su radical filiación política conservadora, por su pelo largo y blanco, su piel morena, su ropa casi siempre azul y su gusto inagotable por la política.
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DEL PRESENTE, DEL PASADO Y DEL FUTURO...

¿Qué y a quiénes se recuerda?
Principalmente es inevitable, que cada uno de los habitantes olvide cada fecha y cada momento en el que la vida les cambio, los enfrentamientos que dieron lugar a la destrucción de la tranquilidad y de tener el derecho a vivir una vida digna, son momentos inmemorables. La confluencia del narcotráfico y los grupos ilegales establecieron impactos sobre la vida de los hombres y mujeres habitantes del placer. En este sentido y desde un enfoque de género este informe reconstruye los repertorios de violencia, regulación y control desplegados por el frente 48 de las FARC y posteriormente por el Bloque Sur Putumayo de las AUC para devenir autoridad y establecer su dominio en el placer.“La guerra nos enseñó que para evitar la muerte había que callar, por eso en El Placer ha reinado la ley del silencio” (El País, 2012).

Una mujer ‘verraca’
A muy temprana edad, cuando sus padres murieron, Noemí tuvo que hacerse cargo de sus tres hermanos. Después tuvo dos esposos; con el primero tuvo dos hijos, pero los abuelos se los quitaron. Cuando sus hijos crecieron le decían que la querían matar por haberlos dejado botados y “regalárselos” a los abuelos. Pasó mucho tiempo para que la aceptaran y comprendieran que no había sido ella quien había tomado esa decisión. Luego de esto prometió no se iba a dejar dominar de nadie. Sin embargo, su segundo esposo la comenzó a maltratar y ella decidió irse a trabajar, recordando la promesa que se había hecho: “qué pena, pero a mí no me toca un dedo nadie”. Desde ahí inició un trabajo tanto para sí mismas como para la comunidad. La gente la recuerda como una mujer muy firme y sagaz para los negocios. En 2001 recibió el premio Mujer Cafam Putumayo por su dedicación y liderazgo en la comunidad.

Para la gente, Noemí fue la cacica del pueblo. Aunque nunca ocupó un puesto político, se identificó por su liderazgo y sus proyectos en pos del desarrollo de la comunidad. La gente la recuerda como una mujer ‘verraca’, dura pero justa, y tan conservadora que cuando veía a una mujer vestida de rojo le decía “sácate ese color que no te queda bien”. Llevaba entre sus enaguas un cable como herramienta de castigo para todo aquel o aquella que se portara mal. La gente recuerda esto con risa porque cuando ella salía con su cable la gente, por respeto a Noemí, se dejaba pegar: “Sobre Noemí la recuerdo que andaba con un cable entre las enaguas y le pegaba a todo el mundo. […] Todo el mundo se reía, pero le hacían caso”. El recuerdo colectivo habla de la dignidad de esta mujer, quien no dejaba que nadie la irrespetara. Su nieto —quien fue criado por ella— recuerda que muy a menudo Noemí le decía: “Mijo, es que no hay que dejársela montar de nadie porque hay que hacerse respetar, lo que es de uno hay que hacerlo respetar y ayudar a la gente”. Este respeto también implicó un estatus económico dentro de la comunidad. Era llamada la cacica del pueblo porque tenía un nivel económico alto y porque les daba trabajo a las personas que le caían bien; establecía peajes para arreglar las carreteras, gestionaba proyectos con la alcaldía para el mejoramiento de las vías e incluía a los habitantes en estos proyectos. Para muchos fue “la voz del pueblo”, era la mujer política. Tanto así, que en un momento determinado la guerrilla la amenazó por recorrer el departamento junto a distintos políticos. La apasionaba la educación, contribuyó a la construcción de la escuela y el colegio de bachillerato en El Placer. (CNMH, 2014)



EL PADRE NELSON CRUZ es un hombre silencioso y valiente. Reconocido por su fuerte carácter, su lealtad a la comunidad e independencia con todos los actores armados y políticos, se ganó el respeto en la parroquia de El Placer. (CNMH, 2014)
Llegó antes del dominio paramilitar y fue trasladado un poco después de la desmovilización. Su imagen sigue viva entre la comunidad. Se lo recuerda y lo describe como un hombre bueno y serio, que andaba en una moto con una maleta casi de su mismo tamaño, colgada a su espalda y en donde cargaba regalos, comida y encargos para la gente de las veredas que tenía bajo su responsabilidad. Pero lo que más recuerda la comunidad sobre el Padre Nelson era su gusto por coleccionar piedras y fósiles que exhibía en una de las paredes exteriores de la iglesia que daba hacia la cancha de fútbol. Y fue con estos objetos preciados que nació la idea de ponerle un aviso a la colección para indicar que se trataba de un Museo.  La gente preguntó mucho sobre su significado, pero rápidamente comprendieron lo interesante que podría ser si ellos también participaban. Y así fue. Pocos días después, los campesinos, comenzaron a llegar con piedras raras, fósiles y esqueletos de animales para que hicieran parte del Museo. Cuando se intensificó la violencia armada, el secretariado de Pastoral Social le pidió al Padre Nelson que escribiera un relato donde reconstruyera la realidad de El Placer con el (n de entregárselo a periodistas, defensores de derechos humanos y extranjeros que buscaban saber un poco más a fondo lo que estaba pasando dentro de esta Inspección. Sin embargo, el Padre Nelson, como a la mayoría de habitantes de la zona, le dio temor hablar y escribir, porque en ese momento llevar algún registro podía significar la muerte. Pero entonces pensó, ¿cómo cumplir esa tarea sin ponerse en riesgo con los actores armados? Y se le ocurrió que dejaría de coleccionar piedras y fósiles para hacer un museo de la memoria del conflicto armado en El Placer. Así, si la gente llegaba a preguntar, él los remitiría directamente a aquella pared externa de la iglesia donde todo el mundo podía ver y tomar fotos para que hicieran su propio relato escrito. Esa fue la respuesta a Pastoral Social, quien aceptó la iniciativa. El Museo de la Memoria comenzó a tomar fuerza cuando los pobladores se interesaron e hicieron parte de la iniciativa. Si alguien se encontraba un camuflado, un arma, balas o granadas, buscaba al Padre Nelson, quien se encargaba de montar los objetos hallados. Justo después de los enfrentamientos más objetos y elementos de guerra llegaban a la Iglesia, pues él mismo se desplazaba a los lugares, no sólo con el ánimo de veri(car los hechos y acompañar a la comunidad, sino también para recolectar pruebas de la tragedia que vivían: “Tenía mucha munición, granadas, un revolver, escopetas, un lanzagranadas. Yo mismo me iba al monte y buscaba. Cuando fue el enfrentamiento allá en San Isidro recogí uniformes, hamacas, tapas, recogí buen material, algunos los lavé y algunos otros los puse sucios, como estaban. Entre la muestra recogida con tanto esmero aparecen algunos utensilios de cocina baleados: una olla arrocera, una cantina para la leche y la cacerola de los fritos. En todas ellas hay perforaciones de tiros; las donaron para que la memoria contara hasta dónde había llegado la guerra. Es normal caminar todavía por algunas veredas y que sus habitantes muestren con miedo las huellas de los enfrentamientos. Allí están, entre muros y ventanas, atravesando las camas y las sillas. (CNMH, 2014)

La idea de explicar la procedencia de cada objeto surgió de los relatos de la misma comunidad: “yo traje esta, me la encontré en este lugar en tal fecha”. En ese momento se le ocurrió iniciar un proceso de identificación de cada elemento con la fecha y lugar donde fue encontrado; también quiso especificar si pertenecía a la guerrilla, a la Fuerza Pública o a los paramilitares. La iniciativa del sacerdote, sin que él se lo propusiera, tuvo eco entre algunos paramilitares, quienes por orden de ‘Pipa’ le llevaban algunos objetos de la guerra: “A los muchachos les decía, vea, si encuentran algo por ahí que no sirva, llévenla a allá, que allá les sirve para dejar historia al menos. Tenía piedras, un fusil viejo, un changón, hamacas. De un combate que hubo en San Isidro tiene unas hamacas donde llevaron unos guerrilleros heridos, brazaletes, un equipo también me parece que miré. Así, varias cositas”. Organizar este Museo de la Memoria, desconocido en Colombia, fue una tarea que le llevó al padre Nelson varios años de trabajo, pero su misión fue suspendida porque le llegó la orden de traslado, y con esta orden comenzó a perderse la iniciativa de memoria. El padre Nelson recordó con tristeza el hecho de que otros sacerdotes no reconocieran la importancia de esta iniciativa: “Pero como no todos tienen la capacidad de analizar la importancia de una cosa de esas y ven una camisa ahí sucia, entonces la botan, la queman”.
El Museo en El Placer, desapareció casi por completo. Hoy queda una pequeña muestra que se guarda dentro de La Iglesia. (CNMH, 2014)

¿De qué manera debemos recordarlos conversar su legado, como hombres y mujeres, amigos integrantes de la comunidad?

En el Putumayo especialmente en el Placer, se desenlaza la historia del conflicto armado pero también la historia de la resistencia. Lo que ocurre cuando un pueblo es forzado, a dejar su historia, sus esencias, cuando es víctima de la guerra, es que poco a poco la tristeza los ahogue presionando a que vivan en un presente el cual el olvido sea acaparador de su presente. Las mujeres, grandes protagonistas de esta historia, son quienes deciden cambiar este tipo de pensamiento, primero porque sienten no por si solas, si no por sus hijos, lo que buscan es bienestar y no quieren repetir historias, la mejor decisión de ella es contar la historia, no solo para que no se repita si no para que la memoria arraigue a sus hijos, y las demás generaciones, para que se logre construir resistencias ante lo que este por suceder, y para que el pensamiento de todos los que sepan la historia, cambie alrededor del tiempo.

¿Y para el futuro?

El Placer a lo largo de su trayectoria se había visto envuelto como una zona con baja calidad de vida para sus pobladores; se juzgaba a las personas por el lugar de vivienda, debido a que se desconocía sus procedencias e intereses sociales; es decir, si un habitante era guerrillero, paramilitar o civil desarmado. Así que cuando alguno de estos dos grupos al margen de la ley preguntaba, la única posibilidad era negar cualquier hecho.

El modo de vida se dificultaba sobre todo para las mujeres, porque la violencia sexual se encontraba en un punto crítico que a ellas les tocaba cambiar su físico o irse ser parte de la población desplazada para protegerse. Otra alternativa para resguardarse, era evitar salidas nocturnas. Los niños ya no podían salir a jugar, así que su infancia estaba rodeada de precauciones y cuidados para salvar su vida, su niñez se había convertido en un campo de batalla netamente político. En los hogares, las familias ya estaban preparadas para cualquier ataque que se presentara en horas de la noche, pues dormían con la ropa puesta y comida para los hijos, de manera que en cualquier momento pudieran huir para salvar sus vidas. Después de todo, hombres y mujeres reconstruyeron el pueblo desde el comienzo, siendo así los dueños de su propia población, donde ya no pueden sacar a sus habitantes que ya se han preparados para cualquier tipo de ataque. Lo que ahora le queda para sus habitantes que decidieron con valentía forjar y defender sus derechos, son nuevas oportunidades de vida y asimismo, empezar a educar a los más jóvenes para cambiar la perspectiva de conflicto que se ha implantado en ellos desde su infancia. 



La comunidad de El Placer vive en constante temor de volver a vivir lo que pasó hace pocos años. El Ejército llegó a El Placer después de la desmovilización del Bloque Sur Putumayo y ubicó el puesto de Policía en El Edificio, donde antes los paramilitares tenían su base de operaciones, no ha dejado de tener repercusiones para los habitantes, como lo confirrma el hostigamiento reciente al puesto de Policía de El Placer. El 5 de enero de 2012 por 40 minutos los guerrilleros dispararon con fusiles y granadas las instalaciones de la Policía, tras lo cual resultaron heridos dos uniformados. Para los pobladores este hecho significa la inminencia de la entrada de las FARC al territorio. También implica que quienes no estén de acuerdo con el dominio guerrillero van a recibir amenazas. Igualmente las recibirán quienes ‘deban algo’, es decir, quienes puedan resultar inculpados de haber auxiliados a los paramilitares o de haber tomado partido por el Ejército. Es así como se concluye que las FARC no consideran la neutralidad frente al conflicto armado como una alternativa posible para la población. Por otra parte, y como se recordará, el puesto de Policía está situado frente a la escuela primaria de El Placer, y así como sucedía durante el dominio paramilitar, aún se continúa exponiendo a los niños a sufrir las consecuencias de los enfrentamientos armados. La población de El Placer tiene al traslado de la escuela como una de sus prioridades. Los habitantes de la región sostienen que algunos de los delincuentes ya conocidos en la región han seguido cometiendo infracciones a la ley. Solo que esta vez usan nombres diferentes —los Rastrojos y las Águilas Negras— grupos que también han perseguido a líderes comunitarios sindicados de ser cómplices de la guerrilla, contraviniendo así la idea de que son solo grupos delincuenciales ligados al negocio del narcotráfico. En este momento, los Rastrojos tienen mayor presencia en el Departamento, especialmente en los municipios de Puerto Asís, San Miguel y Valle del Guamuez. (CNMH, 2014).


REFERENCIAS

Verdad Abierta. (05 de octubre de 2012). Recuperado el 15 de 11 de 2014, de http://www.verdadabierta.com/component/content/article/41-violencia-contra-mujeres/4253-recordando-la-tragedia-de-el-placer-en-el-putumayo/

Centro Nacional de Memoria Histórica. (2011). Imágenes para la memoria. Recuperado el 15 de 11 de 2014, de http://www.centrodememoriahistorica.gov.co/micrositios/expo_itinerante/

Centro Nacional de Memoria Histórica. (2013). ¡BASTAS YA! Colombia: memorias de guerra y dignidad. Bogotá, Colombia: Centro Nacional de Memoria Histórica.

Centro Nacional de Memoria Histórica. (2014). La masacre de El Tigre Putumayo: 9 de enero de 1999. Bogotá, Colombia: Centro Nacional de Memoria Histórica.

El País. (12 de Octubre de 2012). El Placer, el pueblo colombiano que vivió siete años sometido al terror. Recuperado el 16 de 11 de 2014, de http://www.wradio.com.co/noticias/actualidad/el-placer-el-pueblo-colombiano-que-vivio-siete-anos-sometido-al-terror/20121012/nota/1777803.aspx

Ramírez, M. C., & María Luisa Moreno R., C. M. (2012). El Placer. Mujeres, coca y guerra en el Bajo Putumayo. Bogotá, Colombia.: Centro Nacional de Memoria Histórica.



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